sábado, 22 de octubre de 2011

MONSTRUOS


Todos los días rezo esta oración
al levantarme:

Oh Dios,
no me atormentes más.
Dime qué significan
estos espantos que me rodean.
Cercado estoy de monstruos
que mudamente me preguntan,
igual, igual, que yo les interrogo a ellos.
Que tal vez te preguntan,
lo mismo que yo en vano perturbo
el silencio de tu invariable noche
con mi desgarradora interrogación.
Bajo la penumbra de las estrellas
y bajo la terrible tiniebla de la luz solar,
me acechan ojos enemigos,
formas grotescas que me vigilan,
colores hirientes lazos me están tendiendo:
¡son monstruos,
estoy cercado de monstruos!

No me devoran.
Devoran mi reposo anhelado,
me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí misma,
me hacen hombre,
monstruo entre monstruos.

No, ninguno tan horrible
como este Dámaso frenético,
como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con todos sus tentáculos enloquecidos,
como esta bestia inmediata
transfundida en una angustia fluyente;
no, ninguno tan monstruoso
como esa alimaña que brama hacia ti,
como esa desgarrada incógnita
que ahora te increpa con gemidos articulados,
que ahora te dice:
«Oh Dios,
no me atormentes más,
dime qué significan
estos monstruos que me rodean
y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche.»

Dámaso Alonso, Hijos de la ira.

viernes, 21 de octubre de 2011

ÍMPETU


Mas no todo ha de ser ruina y vacío.
No todo desescombro ni deshielo.
Encima de este hombro llevo el cielo,
y encima de este otro, un ancho río

de entusiasmo. Y, en medio, el cuerpo mío,
árbol de luz gritando desde el suelo.
Y, entre raíz mortal, fronda de anhelo,
mi corazón en pie, rayo sombrío.

Sólo el ansia me vence. Pero avanzo
sin dudar, sobre abismos infinitos,
con la mano tendida: si no alcanzo

con la mano, ¡ya alcanzaré con gritos!
y sigo, siempre, en pie, y así, me lanzo
al mar, desde una fronda de apetitos.

Blas de Otero. Ángel fieramente humano.

jueves, 20 de octubre de 2011

TIMBRE


[... son los versos finales del poema]

A veces, como lobos
famélicos, las voces nos sorprenden,
muerden en soledad y nos dispersan
los casi reunidos sentimientos.
Los timbres afilados
punzan en las membranas y algo turbio,
un flagelo que irrita, nos confunde
con los objetos del camino.
                                          Vibran
los andamiajes, los puentes en lo vivo
del ánimo que cruzan, y esa torre
sin sombra que habitamos un instante
teme por sus cimientos, como cuando
al pie pasan los rápidos nocturnos.

Carlos Barral. Metropolitano

miércoles, 19 de octubre de 2011

HOMENAJE


Homenaje

                                    ¡Homenaje a la montaña de Ormuzd,
                         de donde descienden las aguas a la tierra!
                                                   ¡Homenaje a mi propia alma!
                                                                              ZEND-AVESTA

Mi alma es la ventana donde muero.
Mi alma es una danza maniatada.

Mi alma es un paisaje con murallas.
Mi alma es un jardín ensangrentado.

Mi alma es un desierto entre la niebla.
Mi alma es una orquesta de topacios.

Mi alma es una rueda sin reposo.
Mi alma son mis labios que se abren.

Mi alma es una torre en una playa.
Mi alma es un rebaño de suplicios.

Mi alma es una nube que se aleja.
Mi alma es mi dolor, mío, por siempre.

Mi alma es el naranjo azul que arde.
Mi alma es la paloma enajenada.

Mi alma es una barca que regresa.
Mi alma es un collar de vidrio y llanto.

Mi alma es esta sed que me devora.
Mi alma es una raza desolada.

Mi alma es este oro en que florezco.
Mi alma es el paisaje que me mira.

Mi alma es este pájaro que tiembla.
Mi alma es un océano de sangre.

Mi alma es una virgen que me abraza.
Mi alma son sus pechos como astros.

Mi alma es un paisaje con columnas.
Mi alma es un incendio donde nieva.

Mi alma es este mundo en que resido.
Mi alma es un gran grito ante el abismo.

Mi alma es este canto arrodillado.
Mi alma es un nocturno y hay un río.

Mi alma es un almendro de oro blanco.
Mi alma es una fuente enamorada.

Mi alma es cada instante cuando muere.
Mi alma es la ciudad de las ciudades.

Mi alma es un rumor de acacias rosas.
Mi alma es un molino transparente.

Mi alma es este éxtasis que canta
golpeado por armas infinitas.


Juan Eduardo Cirlot, Canto a la vida muerta

martes, 18 de octubre de 2011

HABITANTE EN LUZ

Habitante en luz,
sentir sus embentidas
por los alrededores tibios
de las formas precisas,
sembradas al voleo.Vienen creciendo
hasta mis labios de no se qué venero.
Miedo me da de alzar los hombros
para no romper su transparencia.

Entre la hierba azul
corren verdes mansos hilos de agua
hacia no sé que ternura de no ser.

Todo me está diciendo: estás.

En el fondo del aire
espera una forma posible
de la muerte,
virgen para tus ojos que preguntan,
oh viajero en la luz,
de paso hacia la nada.

Eugenio Padorno, Habitante de la luz.

lunes, 17 de octubre de 2011

LA SIMA

A la orilla el abismo sin figura ensordece
mis voces. No, no llamo a nadie.
Mis ojos no penetran sordamente esas sombras.
¡Oh el abisal silencio que me absorbe!¿Quién llama?
¿Quién me pide mi vida? Una vida sin amor sólo ofrezco.
¿Qué tristes aullidos deletrean
mi humano nombre? ¿Quién me quiere en las sombras?
Heladas aguas crudas, pesadamente negras,
o un vapor, un aliento fuliginoso y largo.
¿Quién sois? No sois ojos hermosos fulgurando un deseo,
una pasión hondísima desde el fondo insondable;
no sois sed de mi vida, llama, lengua que alcanza
con su cúspide cierta mi desnudo anhelante.

Inmensa boca oscura, abismático enigma,
fondo del mundo, cierto torcedor de mi vida.

Vicente Aleixandre. Nacimiento último.

domingo, 16 de octubre de 2011

UN HOMBRE SOY DE TIERRA...

Un hombre soy de tierra y Dios no llueve.


Último verso de

ANTONIO ALCÁNTARA, del poema "Oración" de su libro La mitad del tiempo

sábado, 15 de octubre de 2011

OLVIDABA EL DOLOR Y SALÍA LA NOCHE

Olvidaba el dolor y salía la noche.
Alcor, Mizar, estrellas clavadas en los huesos,
guijarros dela luz en sombrías praderas,
los infinitos hielos destrozados flotando
en el inmenso mar de la más negra pez.
¿Y yo quién soy?, pregunta en el centro del Todo
un cuerpo que recuerda a la nada, materia
deforme en el curso de un dolor que corrompe.
Estrellas, mis estrellas, invisible fluido
conduce hacia vosotras mi música y la vuestra
en mis venas revierte en fogosa crecida.
Quiere el hombre subir allá arriba a  la roca
de su dolor, lanzar desesperada flecha
al mismo corazón de lo oscuro remoto,
grita en lo alto de un monte y ve cómo le caen
en el rostro los bosques petrificados, lluvias
de piedras negras, luces como cardos u ortigas.
Estrellas, mis estrellas, tantas vidas están
partidas, trituradas en vosotros; sois polvo
disperso entre la nada y el vacío, o acaso
añicos de un espejo en el que un dios se miró.

Aún así se os siente como una inmensa marca
de intensísima música, sonido que nos hiere
y al herir dulcifica misterioso al ser
que se siente una parte del infinito cosmos.
Por eso la pregunta del hombre ¿Y yo quién soy?
con la noche profunda se funde, es palabra
arrojada y perdida en un pozo de música.


ANTONIO COLINAS, Noche más allá de la noche.

viernes, 14 de octubre de 2011

PORQUE EL HOMBRE ES EL SUEÑO DE UNA CLARIDAD

...
porque el hombre es el sueño de una claridad.

Verso final del poema "Pronto será ya día" de Jaime Siles, en su libro Alegoría.

EL SOLITARIO


Una ciudad vacía
es una pesadilla apasionante igual que un rostro
sin persona detrás o máscara en desuso
porque calles y plazas y anuncios luminosos
y edificios y ruidos
son aspectos son signos que expresan la ciudad:
la auténtica colmena son los hombres.

Llega la noche urbana y poco a poco
desaparecen los últimos transeúntes
pero siguen ahí se oye su aliento
y el solitario puede entonces suprimir las fachadas
y ver sueños y anhelos y proyectos
y analizar las partes del retablo.

Todo cobra sentido: ropa tendida o flores
hablan de la rutina de tal o cual familia
de inmigrantes alegres en construcciones fúnebres
mientras el poderío del dinero
brilla en los centelleantes edificios metálicos
y el tedio hunde sus manos en el sueño
de los infortunados de los barrios-jardín.

Si se abre una cortina
o se atraviesa un lienzo de pared
pueden reconocerse las ventas aplazadas
en el abrazo de parejas sórdidas
y cuando los kilovatios dejan de gritar
aparecen los artículos del código civil
o reglamentaciones y fracasos
en cortinas y antenas: y los vicios y las normas
la historia entera y el futuro
de la ciudad están entre las páginas
del libro que angustiado deshoja el solitario.


José Agustín Goytisolo, Taller de arquitectura.

jueves, 13 de octubre de 2011

UN HOMBRE DE TIERRA SOY...

Un hombre soy de tierra y Dios no llueve.


Último verso de

ANTONIO ALCÁNTARA, del poema "Oración" de su libro La mitad del tiempo

HE ENTENDIDO POR FIN

He entendido por fin
que escribir es amar
sin amor que te bese.
Comprendo que la luz
solamente se enciende
cuando se va apagando.
He entendido que el sueño
es a la vida
como el misterio
al rito.
Y, por eso, he aceptado
que no hay que buscar temas
para hablar
sino dejar que hablen
nuestras sombras.

Antonio Hernández, Homo loquens

miércoles, 12 de octubre de 2011

COMO UNA LLUVIA ANTIGUA


Como una nube turbia corrompiéndose
en lentas gotas de barro o de melancolia
como una lluvia antigua
que empapa hasta a los muertos más mezquinos
así el tedio resbala por los muros
forma charcos groseros en las calles
penetra en las iglesias y en los cines
y se filtra en las casas con su olor a desastre.

Un aire de fastidio y de humedad entonces
se apodera de gestos y palabras
se cuelga de los trajes
preside los encuentros de família
viaja en los sucios autobuses
y envuelve la tristísima cíudad desconfiada.

Ah testigo implacable de las horas vacías
aburrimiento enorme que no ocultan
ni la música ambígua de las salas de fiesta
ni el clamor del estadio
ni el tintineo y charla de las mesas de bar.

Y en medio de una edad de hastío y podredumbre
de espera y rabia oculta
tan solo algunos ninos se divierten
jugando a destruirse por buhardillas de sueno
mientras que afuera sigue
esa lluvia cayendo desconsoladamente
sobre la piel de un mundo en bancarrota.

José Agustín Goytisolo, Taller de arquitectura.

lunes, 10 de octubre de 2011

LUGAR DE LA PALABRA. II

      Comienza
paradójicamente, desde una carencia del lenguaje la escritura poética. Lo mismo
que es mayor nuestro amor su está ausente la amada,
crece el deseo de contemplar la imagen
de lo vivido alguna vez. La emoción crea un orden
artificial como cuanto se ordena; mas
como el caos del mundo, no es arbitrario su corazón,
ni estéril.
Igual que en el amor todo canto es zozobra, las palabras,
- instrumentos heridos por  los sueños - descienden
sobre ti, llenas de incertidumbre y gozo.
                                                    Empapadas de historia
no eluden su pasado, se entregan
al incierto ejercicio de perseguir las huellas
de lo aún no creado. Pasean los jardines
abanicos de luz. Ved cómo 
una mala sintaxis del color, o un uso
gramaticalmente torpe de la luz,
pueden crear instantes 
en los que se refleja no otra cosa que el tiempo,
la eternidad de un espacio efímero: tropel de imágenes
que de la muerte nacen.
                                            Así en los estiajes
la sordidez y la vileza de nuestra vida afloran
igual que en los residuos de la luz
tienen origen la noche.
Describen con su cuerpo de bronce los vencejos
un desigual rumor en la memoria; la rapidez y la delicadeza
de acercarse al paisaje o beber en los ríos
de pulsar las distancias y tensar el espacio, crean
una forma distinta de contemplar la tarde; su ejercicio simbólico
construye, igual que las palabras que evocan el pasado
un deformado uso del idioma, la sensación
de habitar una vida y un destino distintos.

Instante excelso el de la luz
en el que las palabras, contaminadas de belleza, se imantan
como cuerpos amándose.


Diego Jesús Jiménez.
Antologado por JUAN JOSÉ LINZ en Antología de la poesía española. 1960-1975.









JUEGOS PARA APLAZAR LA MUERTE

Descubrir en otro
la palabra precisa,
la desolada materia del sueño,
inmóvil, fija sobre el papel.
Palabra que nombra fantasmas
pero también llamaradas de vida
y -al fondo - el eco del mar,
su perdurable presencia momentánea,
olas y horas, sílabas y símbolos.
Todo lo que  nos queda, todo y nada:
juegos para aplazar la muerte.


Juan Luis Panero.
Poema antologado en Antología de la poesía española. 1960-1975
por Juan José Lanz.

HABRÍA QUE ESCRIBIR SIN PARA QUÉ, SIN PARA QUIEN

Había que escribir sin para qué, sin para quién.
El cuerpo se acuerda de un amor como encender la lámpara.

 Alejandra Pizarnik

EN EL MAR MUERTO


En el mar muerto

Llegar a este confín donde madura
la invisibilidad
y conocer la dimensión extrema
de ser.

El desierto sajado nos abre
su alma de cal,
esa gran esmeralda temblorosa
de un mar que reverbera
y que va ascendiendo como fuego
hasta un cielo inflamado.
                           Unas piedras
sublimes por vencidas, los restos
de un pavoroso incendio.
(Hoy sólo arde ya le fuego blanco
de la luz.)

Un bulto (creo que es una mujer),
acaso está orando bajo el sol desmedido,
inclina derrotada
                           en una piedra
su cabeza de piedra
y pone un beso negro en el lugar
de la víbora.
¿Hacia dónde estará volando su plegaria?
Constelación de lejanías.
Anulación del a memoria.
                           ¿Y el mundo?
Salitre, espesor, cristalización
de una brisa que hierve.
llamarada amarilla del barro.
Amansa la piedad estos montes que son
como bestias abiertas en canal.
El ritmo
                 envolvente
                           de la luz
acompasa mi cuerpo,
                           refluye
el abandono,
                           mana
de una fuete de labios
la plegaria sonámbula,
respira
                 en su delirio
                           la palmera,
y yo voy respirando mientras bebo
el más allá en el espacio blanco.
Más allá que está aquí, fosilizado.
¡Extremada certeza de ser!
                           ¿O de no ser?
Las rocas son mi carne.
Las piedras son mis lágrimas.
Soy tiempo que no pasa.
Éste no es mi vivir: el de los años
que estuve desviviéndome.

Y cuando intento hablar
cada palabra viene del silencio
y retorna al silencio.
Tierra y cuerpo son uno
en la luz del silencio.
Que perdure este tiempo
                           sin tiempo
que enciende en extravío infinito
la llama de una vida más plena.

Ésta es la dulce muerte del saber
que en esta luz que abrasa y va entregando
la savia de su vida
                           a nuestras vidas,
ya no existe la sed del ansiar más,
ya no existe la angustia de saber.
Acto puro
                           de la respiración
y de ser respirado por el mundo.
Frente a ese morir que hemos llamado vida,
esta calma:
                           la de un silencio verde
que asciende desde un mar
que llaman Muerto,
pero que da la Vida.

Cuerpos se bañan en la lejanía
como en vidrio molido.
Cielo abatido en el desierto,
                           mar
elevado a mis ojos.
Desierto de mis ojos entregado
en el ara del sol.
                           Oasis
del contemplar.
                           Salí, salí de mí
cuando en realidad estaba muy adentro,
sumido en un círculo,
                           y giraba
regresando a mi estrella perdida,
a mi astro olvidado.

Y en esa travesía del desierto
que es todos los desiertos,
inspirando,
                           espirando,
me pareció oír unas palabras
que gemían, acaso las del hombre
que aquí vino a sembrar luz en el fuego:
"Dejad ya de sacaros los humanos
ojo
                           por ojo,
pues podría quedarse el mundo ciego".

Sángrame, luz, muy lentamente,
                           sángrame,
hasta que sea mi luz la que en ti pierda
dulcemente la vida.
                           Y que sea la muerte
solamente una ofrenda,
solamente una ofrenda.


Antonio Colinas, Desiertos de luz.

domingo, 9 de octubre de 2011

JUNTO AL MURO


Vuelve tu rostro hacia el muro, cierra
los ojos y los labios: sólo escucha.
¿Es que no oyes la música que sana?
¿Está dentro de ti y no la sientes?
¿No sientes cómo te arrastra y te deshace
ideas y pasiones: tus heridas?
No es ella un palpitar de sangre, no es
la música que tiembla por tus nervios,
la música que suena por las venas,
el son del corazón bajo una mano.

Se trata de una música que arde
sin consumirse, que por siempre embriaga;
se trata de una música que suena
para aquel que no escucha, que le habla
a quien no habla y que muy dulcemente
le abre los ojos para siempre a aquel
que los tiene cerrados a la luz
porque se abisma en busca de otra luz.
Recógete, respira, pon las manos
y la frente encima de la piedra
y escucha el silencio, y escúchate.
¿No vas sintiendo suavemente cómo
es música secreta la que suena
fuera de ti, estando tan en ti?

Tu música y la música del mundo
son una sola música, pero hay
que arder para encenderla en tu interior,
que ser llama que escucha el vendaval.
Es música que enciende en plenitud
por siempre al que en su noche persevera.
Está dentro de ti: si das con ella
misteriosa resuena, ignota salva,
oscura te ilumina y te transforma
mientras que tú persigues cada día
músicas que jamás serán la música,
que al seguirlas te pierdes, no las oyes
aunque creas que oyes, y no saben,
aunque crean que saben, tus palabras.

Vuelve tu rostro hacia el muro, cierra
los ojos y los labios: sólo escucha.
¿Es que no oyes la música que sana?
Se trata de una música que está
dormida en tu interior, mas que despierta
con el silencio y arde muy adentro.
Si la oyeras, al fin conocerías
la alegría: el goce de ser llama.

Oirías el sonido de la luz.

Antonio Colinas, Desiertos de luz.

viernes, 7 de octubre de 2011

DESDE UN MONTE

Esta luz irreal
de agosto
y este oreo que surge, proclamando
una sola palabra
que nada afirma o niega,
¿qué son?
"Profunda ya ha venido
sobre nosotros
la alta mar del tiempo",
respondemos al sabio con sus mismas palabras.
¿Qué se consuma, qué delirio?
Pero algo es,
algo que ruge
y proclama el engaño
en nosotros, la leña de este incendio.
Una valle, unos olivos,
y, más lejos, el mar, de donde viene
el más hondo mensaje de los vientos.
Inevitable es pensar
qué es, qué son, qué somos,
esta luz agosteña,
este sopor antiguo,
esta apariencia de los firme
de los sueños.
Esta agonía de  lo mismo
en lo diverso,
de lo de siempre
en lo de nunca,
de lo que fue mil veces y aún no ha sido,
¿qué es, qué son, qué somos y qué fueron?

César Ssimón, Una noche en vela, Antología

miércoles, 5 de octubre de 2011

VACÍO


Este hermetismo de la vida
en el silencio se revela.
Hay una anulación
de todo Verbo,
y sólo se queda una ignorancia
que a todo se refiere.
No hay mundo ya en el mundo,
salvo este mundo pavoroso.
Así, los pasos se deslizan
suaves y lentos, y se acercan
a la sagrada comunión
vacía.

César Simón, Una noche en vela. Antología.

martes, 4 de octubre de 2011

El FRÍO HA CONVOCADO A LA CENIZA



El frío ha convocado a la ceniza.
No es oro amarillo que pone sobre el cielo
un rictus lívido.
Nos tirita la lengua.

Y sin embargo anduve miles de millones
para llegar aquí
y quitarme una a una la piel de los zapatos
los jirones de ropa (no, perdón, dije sombra)

hasta quedarme en hueso

en palabras que suenen
como suena la caña de los huesos
cuando silba  por ellos la verdad
de la sangre.

El frío ha convocado a la ceniza

pero insisto he venido hasta aquí
para quedarme.
Ya en otro tiempo dije no es éste
nuestro tiempo. Pero lo haremos
nuestro.
Con palabras hirientes que penetren
en él y palpiten
con él.

Prepárate por tanto para el grito.

Para que todo
suene
como suenan los cuerpos que se abren
para darle a otro cuerpo
la soledad
el blanco aburrimiento y la pasión
la plenitud la ira
el amor y la muerte.

Como suena
la lluvia

sobre el rostro llagado del desierto.


Ada Salas, Esto no es el silencio

lunes, 3 de octubre de 2011

OTROS HAN TRANSITADO ESTE DESIERTO



Otros han transitado este desierto.
A ti derecha has visto
los despojos de un hombre
calcinado de sed. A tu izquierda
dejaste
a una mujer que aún
ardía en el delirio.
De muchos
escuchaste
palabras que alentaron
tu larga travesía.
De todos
aprendiste
que no hay rumbo posible.


Puede ser que las bestias acaben con tu cuerpo
o que el miedo te coma
y pretendas
volver
como si nunca hubieras emprendido el viaje.

El final será el mismo.

Así que no lamentes
la infinita distancia
el plomo inquebrantable que dibuja el silencio
y que nunca se acerca.

Si desfalleces
mira
a los ojos del buitre.

Habrás dejado,
al menos,
razón de tus cenizas.

Ada Salas. Esto no es el silencio

sábado, 24 de septiembre de 2011

ESPERA SIEMPRE

La muerte espera siempre, entre los años,
como un árbol secreto que ensombrece,
de pronto, la blancura de un sendero
y vamos caminando y nos sorprende.

Entonces, en la orilla de su sombra,
un temblor misterioso nos detiene:
miramos a lo alto y nuestros ojos
brillan, como la luna, extrañamente.

Y, como la luna, entramos en la noche
sin saber dónde vamos, y la muerte
va creciendo en nosotros, sin remedio,
como un dulce terror de fría nieve.

La carne se deshace en la tristeza
de la tierra sin luz que la sostiene.
Solo quedan los ojos que preguntan
en la noche total y nunca mueren.

José Luis Hidalgo. Los muertos

INSOMNIO


Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo
en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros,
o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán,
ladrando como un perro enfurecido,
fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?

Dámaso Alonso. Hijos de la ira

MUJER CON ALCUZA


A Leopoldo Panero

¿Adónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?

Acercaos: no nos ve.
Yo no sé qué es más gris,
si el acero frío de sus ojos,
si el gris desvaído de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza,
o si el paisaje desolado de su alma.

Va despacio, arrastrando los pies,
desgastando suela, desgastando losa,
pero llevada
por un terror
oscuro,
por una voluntad
de esquivar algo horrible.

Sí, estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad,
esta mujer va por un campo yerto,
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes,
y tristes caballones,
de humana dimensión, de tierra removida,
de tierra
que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,
entre abismales pozos sombríos,
y turbias simas súbitas,
llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.

Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,
en un tren muy largo;
ha viajado durante muchos días
y durante muchas noches:
unas veces nevaba y hacía mucho frío,
otras veces lucía el sol y sacudía el viento
arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.

Y ella ha viajado y ha viajado,
mareada por el ruido de la conversación,
por el traqueteo de las ruedas
y por el humo, por el olor a nicotina rancia.
¡Oh!:
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días,
y muchas, muchas noches.

Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios,
ni las épocas.

Ella
recuerda sólo
que en todas hacía frío,
que en todas estaba oscuro,
y que al partir, al arrancar el tren
ha comprendido siempre
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,
ha sentido siempre
una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,
como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas, blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,
como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.
Pero las lúgubres estaciones se alejaban,
y ella se asomaba frenética a las ventanillas,
gritando y retorciéndose,
solo
para ver alejarse en la infinita llanura
eso, una solitaria estación,
un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico
por una cruz
bajo las estrellas.

Y por fin se ha dormido,
sí, ha dormitado en la sombra,
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,
por gritos ahogados y empañadas risas,
como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
sólo rasgadas de improviso
por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,
...aún mareada por el humo del tabaco.

Y ha viajado noches y días,
sí, muchos días,
y muchas noches.
Siempre parando en estaciones diferentes,
siempre con una ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,
ay,
para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.

...No ha sabido cómo.
Su sueño era cada vez más profundo,
iban cesando,
casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:
sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,
algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.
Y luego nada.
Solo la velocidad,
solo el traqueteo de maderas y hierro
del tren,
solo el ruido del tren.

Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola,
y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,
de un vagón a otro,
y estaba sola,
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,
a algún empleado,
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,
y estaba sola,
y ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quién conducía,
quién movía aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola.
Y ha seguido días y días,
loca, frenética,
en el enorme tren vacío,
donde no va nadie,
que no conduce nadie.

...Y esa es la terrible,
la estúpida fuerza sin pupilas,
que aún hace que esa mujer
avance y avance por la acera,
desgastando la suela de sus viejos zapatones,
desgastando las losas,
entre zanjas abiertas a un lado y otro,
entre caballones de tierra,
de dos metros de longitud,
con ese tamaño preciso
de nuestra ternura de cuerpos humanos.
Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un trigal en granazón,
sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.

Ella,
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,
se inclina,
va curvada como un signo de interrogación,
con la espina dorsal arqueada
sobre el suelo.
¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,
como si se asomara por la ventanilla
de un tren,
al ver alejarse la estación anónima
en que se debía haber quedado?
¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de tierra en putrefacción,
y se le tensan tirantes cables invisibles
desde sus tumbas diseminadas?
¿O es que como esos almendros
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,
conserva aún en el invierno el tierno vicio,
guarda aún el dulce álabe
de la cargazón y de la compañía,
en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?

Dámaso Alonso. Hijos de la ira

A VECES VIENE LA TRISTEZA

A veces viene
desde la tierra misma la tristeza,
viene desde el amor,
desde la ausencia del amor,
desde la piedra o el vegetal al hombre.

A veces está ahí, oscura o despedida
por un pecho inocente.

A veces viene la tristeza de un lugar o del aire,
de la amistad caída o de un nombre vacío,
del sueño o de la infancia,
de una palabra que no pronunciamos,
de lo que creímos y ya no creemos,
de la esperanza y la desesperanza,
de la dura corteza del amor.

A veces viene la tristeza.

A veces hay en la tristeza odio,
ausencia y odio,
ceniza y rostros olvidados,
viejas fotografías y silencio
y una larga desposesión.

A veces viene, irrumpe
como un don invertido,
como un don que se da y no se recibe,
como lo nunca dado a la esperanza
o lo que, en fin, se acepta y da, pero no puede
vivir.

A veces viene.
                          Viene o está.
A veces hay en la tristeza odio
y arrepentimiento y amor.

José Ángel Valente. La memoria y los signos

ME PARECÍA AHORA...

Me parecía ahora como si quedase en suspenso el amor.Y no era eso. Tan sólo tú no volverías nunca.

José Angel Valente. De No amanece el cantor