domingo, 1 de abril de 2012

LUZ EN EL POZO


I
En nuevas oleadas llegan. Hombres.
Son hombres. Y preguntan. Nunca gritan.
Caminan en un pozo de tinieblas
donde la noche se hace y se divisan
estrellas. La pequeña luz sin brillo
de la esperanza se desprende y gira.
Nunca sale del pozo, se empareja
con el redondo límite. La miran.
Ella no para. Horada en alta noche.
(¡Los pies en tierra y el camino arriba!)

II

-Vosotros los sabréis. ¿Dónde se encuentra
quien viene a dar la paz? El mundo ignora
su olivo verdadero. Pero viene
quien la puede afilar como una estaca
para clavarla en medio de la tierra.
Y girará  la tierra en torno suyo.
En ella apoyaremos nuestra espalda
para mirar a Dios sin fatigarnos.
Nuestro dolor de siglos la reclama.
- Hemos puesto el deseo contra un muro
condenado a morir a engaño lento.
¿Quién desea la paz? Su agudo nombre
en labio de los hombres suena a tiro.
Con ella fusilamos a los muertos.
De cada muerto nace un árbol torvo.
La paz no tiene savia. Su madera
crece sobre los ojos de los muertos.
A veces en su tronco dos amantes
quieren grabar su corazón flechado.
Pero los muertos crecen y se rasga.
Debajo de la tierra hasta los muertos
se buscan y se matan sordamente.
¿Quienes buscan la paz?
- Pero nosotros
hemos visto su estrella desde el pozo.


III

- Nuestra carne está rota. Paja a paja
debajo del dolor, como un alero,
cada pájaro negro hace su nido.
Ellos hacen la noche con su canto.
Pero la carne vela. Se desvela, cruje.
Papel rugoso sobre el pecho de alguien
que se arropa con todos. Alguien sufre.
Necesita en su exceso nuestra llaga.
¿Dónde está que le demos lo que es suyo?
- No preguntéis por nadie. Sois vosotros.
Solos. A solas. Solamente.
Cada muerto
que se arrolle en su sombra y se duerma.
Si no puede dormir mate su noche.
Desengañe su luz.
- Pero nosotros
hemos visto su estrella desde el pozo.


IV

- Ha de encontrarse en algún sitio. El mundo
no puede, sin cimiento, sostenerse.
Tanto sentido, en surcos tan mal hechos,
es grande como Dios. Y Dios no basta.
Necesita su amor. Dios y su amor.
Lo que vale decirle a Dios dos veces.
Y nosotros venimos preguntando
por la piedra sangrante. Preguntamos.
Porque existe el amor y su respuesta.
Y todos somos casa. Y lo que pesa,
para dar solidez es el latido.
El duro corazón sin argamasa.
- No encontraréis amor. La tierra es dura.
Perdura sin sostén Para estar muerta
no necesita amor sino más muertes.
Y cada día muere una esperanza.
Muerte a muerte la tierra está más honda.
Más hondo el corazón y su gusano.
Y es poco de Dios lo que devoran,
cada día, sus dientes voracísimos.
Ya queda poco Dios. Y está podrido.
Ya queda poco amor.
- Pero nosotros
hemos visto su estrella desde el pozo.


V

- Y vosotros también. Los embotados
por el placer. Los saturados. Todos
los que tenéis el corazón al día,
convidados del gozo a sueño fácil.
¿Vosotros no sabéis dónde ha nacido?
Porque viene a dar clases de esperanza.
A enseñarnos los miedos cardinales
y a no tenerle miedo a la alegría.
Cubrirá nuestro amor de telarañas
donde pueda enredarse su grandeza.
Florecerá el  temor, y entre sus manos
hondas madurará en sabiduría.
Y cumplirán los ojos palpitantes
con su oficio de lágrimas. Las lágrimas
encontrarán su cauce verdadero:
Cada dolor, canto rodado, cante,
¡Si el alma suena, mucho Dios que lleva!
Con él valdrá la pena haber nacido:
Si la vida es un grito a tumba abierta,
dentro de Dios rebotarán los ecos.
Hechos de muerte acumulada y honda,
moriremos a vida verdadera,
que, si fuerza es morir, encontraremos
siete palmos de Dios para enterrarnos.
- Es en vano esperar. Vuestros dolores
tienen color de Dios que se equivoca.
Cuando se rompa, cárdeno, el latido,
Dios manará hecho pus desesperado.
Porque Dios nunca es más que una gangrena
lenta. Carcoma voluntaria. Miedo
de que la sombra llegue tras la sombra.
Desembocados turbios en la muerte,
no podréis regresar a maldeciros
la ignorancia. ¿Qué esperan vuestros ojos
si la luz es mortal?
- Pero nosotros
hemos visto su estrella desde el pozo.


VI

Y en nuevas oleadas pasan. Hombres.
Son hombres. No preguntan. Y se ciegan.
De tanta luz como en el pozo brilla
se les colman las manos de tinieblas.
Y se palpan. Y la herida de que sangran
es un rasguño de palpar la estrella.
En sangre caen sus sangres. Y se guían
por sangriento goteo que tantea
sobre charcos de amor. Sobre la sangre
de Dios. Única sangre verdadera.
Y les crece el amor. Cada latido
se apresura a invadirlo una Presencia:
La esperanza es Dios mismo que se esconde
dentro de la ansiedad de los que esperan.


Jesús Tomé, Hijos de esta tierra