lunes, 10 de octubre de 2011

EN EL MAR MUERTO


En el mar muerto

Llegar a este confín donde madura
la invisibilidad
y conocer la dimensión extrema
de ser.

El desierto sajado nos abre
su alma de cal,
esa gran esmeralda temblorosa
de un mar que reverbera
y que va ascendiendo como fuego
hasta un cielo inflamado.
                           Unas piedras
sublimes por vencidas, los restos
de un pavoroso incendio.
(Hoy sólo arde ya le fuego blanco
de la luz.)

Un bulto (creo que es una mujer),
acaso está orando bajo el sol desmedido,
inclina derrotada
                           en una piedra
su cabeza de piedra
y pone un beso negro en el lugar
de la víbora.
¿Hacia dónde estará volando su plegaria?
Constelación de lejanías.
Anulación del a memoria.
                           ¿Y el mundo?
Salitre, espesor, cristalización
de una brisa que hierve.
llamarada amarilla del barro.
Amansa la piedad estos montes que son
como bestias abiertas en canal.
El ritmo
                 envolvente
                           de la luz
acompasa mi cuerpo,
                           refluye
el abandono,
                           mana
de una fuete de labios
la plegaria sonámbula,
respira
                 en su delirio
                           la palmera,
y yo voy respirando mientras bebo
el más allá en el espacio blanco.
Más allá que está aquí, fosilizado.
¡Extremada certeza de ser!
                           ¿O de no ser?
Las rocas son mi carne.
Las piedras son mis lágrimas.
Soy tiempo que no pasa.
Éste no es mi vivir: el de los años
que estuve desviviéndome.

Y cuando intento hablar
cada palabra viene del silencio
y retorna al silencio.
Tierra y cuerpo son uno
en la luz del silencio.
Que perdure este tiempo
                           sin tiempo
que enciende en extravío infinito
la llama de una vida más plena.

Ésta es la dulce muerte del saber
que en esta luz que abrasa y va entregando
la savia de su vida
                           a nuestras vidas,
ya no existe la sed del ansiar más,
ya no existe la angustia de saber.
Acto puro
                           de la respiración
y de ser respirado por el mundo.
Frente a ese morir que hemos llamado vida,
esta calma:
                           la de un silencio verde
que asciende desde un mar
que llaman Muerto,
pero que da la Vida.

Cuerpos se bañan en la lejanía
como en vidrio molido.
Cielo abatido en el desierto,
                           mar
elevado a mis ojos.
Desierto de mis ojos entregado
en el ara del sol.
                           Oasis
del contemplar.
                           Salí, salí de mí
cuando en realidad estaba muy adentro,
sumido en un círculo,
                           y giraba
regresando a mi estrella perdida,
a mi astro olvidado.

Y en esa travesía del desierto
que es todos los desiertos,
inspirando,
                           espirando,
me pareció oír unas palabras
que gemían, acaso las del hombre
que aquí vino a sembrar luz en el fuego:
"Dejad ya de sacaros los humanos
ojo
                           por ojo,
pues podría quedarse el mundo ciego".

Sángrame, luz, muy lentamente,
                           sángrame,
hasta que sea mi luz la que en ti pierda
dulcemente la vida.
                           Y que sea la muerte
solamente una ofrenda,
solamente una ofrenda.


Antonio Colinas, Desiertos de luz.

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