La angustia nos domina como un dueño
que aceptas sis querer. Si te rebelas,
amenaza con el látigo de las lágrimas.
Profunda, delicada, sensitiva,
por médanos sin júbilos se extiende
o disecados ríos de alegría.
Concitemos valor y descendamos
al foso donde muera o se desangre
esa angustia que ronda las pisadas.
Liberados de la pena, resurrectos,
de maldiciones libres, sólo vivos,
subamos a la almena que ilumina.
Concha Zardoya, No llega a ser ceniza lo que arde.