viernes, 2 de diciembre de 2011

CARMELO ARRIBA


Yo no tengo una luz, y voy andando
detrás de mucha sombra, que me guía,
mientras llevan mis pies un peso ajeno,
hacia toda la tarde, monte arriba.
Se hace opaca la luz del sol, y el aire
tiene un olor a lluvia presentida,
ya casi puesta en orden de batalla
sobre la mansa cumbre que se inclina
para verter su niebla sobre el valle
donde el futuro río se desliza.

Y están brotando ahora, casi a ciegas,
no sé qué destrozadas melodías
como tiernos cristales que se rompen
detrás de mucho ruido: la llovizna
se tiende monte abajo, entumeciendo
la carne de los brezos que vacilan.

Repasa un viento frío el alma toda
y espolvorea mi ceniza,
desnudando el rescoldo
de un antiguo dolor en carne viva.

Yo no tengo una luz. Y sin embargo,
ya me llegan las aguas, ya crepitan
las brasas dolorosas, mientras hierven
los repechos. La niebla humedecida
me ha vendado el dolor tan suavemente
como una gasa que me cauteriza.

Asciendo alucinado entre la lluvia,
Las aguas en los párpados gravitan
haciéndome cegar y ver tan sólo
cuál se van apagando mis heridas.

Está lloviendo Dios, está lloviendo
y humedeciendo las raíces íntimas,
empujando, despacio, por mis venas
el alma de las nubes exprimidas
que va destituyéndome la sangre
triste y enajenándola en sí misma,
despejando mil cosas que en el alma
como un dolor en punta me dolían...

¡Qué lenidad las aguas resbaladas
sobre la piel del alma! ¡Qué caricia
su roce al desprenderse y al prenderse
de nuevo, sin tensión, escurridizas!
Ya me siento reír a borbotones
por todas las heridas,
por este cardenal que golpe a golpe,
han hecho de mi espíritu los días..
Ya me siento reír...

                          Me va invadiendo
el gozo de encontrarme ya en la cima
con todas las tristezas apagadas,
empapado de Dios y de alegría.


Jesús Tome, Mientras amanece Dios